El ladrón de bicicletas. La revancha

Ene 9, 2025 | Crónica, Escritura, Opinión, Política

En el Evangelio de Lucas está escrito: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Aunque algunas interpretaciones patrísticas desean afirmar que el evangelista refería a los “pobres de espíritu” y no a los pobres en “sentido literal”, yo creo que Lucas sí deseaba identificar a Jesús con aquellos que padecen la pobreza material.

Por otra parte, en el Apocalipsis de Juan se atribuye a Dios ser el “Alfa” y el “Omega”, el principio y el final. Aunque este pasaje, como todos los del Apocalipsis, debe ser tomado como una alegoría, en las calles de la periferia de la Ciudad de México hay un espacio donde es posible encontrar en el principio y el final a Dios encarnado en los pobres.

El principio y el final de los tianguis de la periferia es donde se encuentran los “chachareros”, que son, entre los vendedores ambulantes sometidos al trabajo informal y la ausencia de seguridad social, los más precarizados, los pobres entre los pobres. En las mantas tendidas en el suelo los chachareros no suelen colocar mercancías que ellos compran para revender, lo que ofrecen es aquello que han dejado de utilizar o lo que por un momento es eludible conservar con tal de conseguir dinero para comer o para tratarse una enfermedad.

En los puestos de los chachareros se ofrecen herramientas desgastadas, ropa, trastes y aparatos electrónicos usados que ninguna casa de empeño aceptaría. En estos puestos también yacen los juguetes de infancias ya extinguidas y peluches de amores semi olvidados. Es mejor no preguntar al vendedor ni especular uno mismo sobre el pasado de los objetos que ofrecen estos fieles representantes de Dios, pues un traje desgastado y unos zapatos con buena suela pueden ser toda la herencia que inesperadamente un hombre legó a su joven viuda, una cazuela de barro de gran tamaño puede ser signo de una mujer vieja que yace postrada en cama sin posibilidades reales de mejorar, y un montón de juguetes ser la manifestación de un hijo desaparecido.

En la zona de los puestos de chácharas también hay quienes venden celulares y demás objetos que son conseguidos por robo a transeúntes y a viajeros del transporte público. Sobre estos objetos también es preferible no especular más allá de su ilícita procedencia, pues algunos están manchados de lágrimas, sangre y muerte.

En un tianguis de chacharas de la periferia es donde fui testigo de una historia similar a la contada por Luigi Bartolini en su novela El ladrón de bicicletas que se hizo famosa al ser convertida en película por Vittorio De Sica. Pero el episodio que yo presencié tuvo un final distinto al de la película.

Cuando tenía quince años atendía la venta de alimentos en una veterinaria situada en un local sobre una avenida que corría paralela a las vías del tren. Ya conocía a la mayoría de estos vendedores que cada lunes desde las ocho de la mañana tendían sus mantas con mercancías sobre la avenida, y sólo se ausentaban cuando lograban conseguir algún trabajo temporal o empeoraba su maltrecha salud. Cuando algún chacharero faltaba alguna otra alma en pena ocupaba su lugar, esto fue lo que permitió que un día llegara un chacharero que nadie conocía, que llevaba ropa usada, algunos discos de música y películas en DVD y una bicicleta roja a la que puso encima una hoja de cuaderno doblada con el signo de pesos escrito por los dos lados.

Aquel hombre desconocido tendió su puesto junto a Ramiro, quien era un viejo de sesenta años con cabello encanecido que recordaba como época dorada de su vida el tiempo en que trabajó como obrero en una fábrica de Nissan de la que fue despedido por querer crear un nuevo sindicato. Cuando dieron las doce del día el hombre que vendía la bicicleta aún no había desayunada nada, pues como muchos otros chachareros no comía nada hasta que lograra vender algo, y para su desgracia si es que algún dinero llevaba debió gastarlo para pagar la cuota por el lugar de venta que era de $20 y la cuota por seguridad y limpieza que eran $10.

Ramiro vio que aquel hombre aún no había comido nada y le ofreció del café que llevaba para su desayuno y del “pan frío” que compraba a mitad de precio por ser de hace dos días. El hombre no aceptó el ofrecimiento y cortó la conversación secamente, así que Ramiro prefirió no contemplarlo para la comida colectiva que organizaba con otros vendedores para comer a más bajo costo y ayudar a los que no habían podido vender nada. Pero no hacía falta más que ver los andrajos y lo viejo de los tenis del hombre de la bicicleta para darse cuenta de su pobreza.

La bicicleta tenía en el cuadro una calcomanía que decía “Turbo” y en la parte trasera un “portabultos” mediano para poder llevar a un pasajero. Quien iba a pensar que estos elementos permitirían al anterior dueño de la bicicleta identificarla fácilmente. Sin saber por cuantas manos pasó o de qué tratos fue objeto de cambio, el azar deseó que la bicicleta terminada en manos de un pobre hombre que sabiendo o no que era robada, la llevó a vender a un lugar a 40 kilómetros de distancia del lugar donde fue robada en una zona industrial de Ecatepec.

Cuando el hombre a quien le habían robado la bicicleta hace ya dos semanas pasó su mirada sobre el puesto donde estaba su objeto robado, se detuvo de golpe, pero luego se acercó con calma para confirmar bien lo que había visto y con fingido interés siguió mirando cosas en los puestos aledaños mientras hacía algunas llamadas, después se alejó algunas calles. Quince minutos regresó acompañado por amigos y familiares, en total eran cinco hombres contando al legítimo dueño de la bicicleta, para hacerse notar llegaron saludando a los chachareros y demás vendedores que conocían, y cuando por fin llegaron al puesto donde estaba la bicicleta empezaron a afirmar entre ellos que efectivamente era la bicicleta que le habían robado a su amigo. El vendedor fingió no escuchar los comentarios que se hacían en voz alta pero que no se le dirigían directamente, hasta que el agraviado le dijo directamente que la iba a revisar y se acercó para tomarla.

El vendedor respondió que el precio era de $1,700 pesos con el portabultos, y agarró la bicicleta con un gesto violento para dar a entender que no se dejaría intimidar. Fue cuando el grupo de hombres comenzó a hacerle preguntas sobre cómo y cuándo había conseguido la bicicleta, quién y en dónde se la habían vendido o si él directamente se había hecho con la bicicleta. Al mismo tiempo el legítimo dueño casi gritaba que esa era la bicicleta que le habían robado un día por la mañana cuando se detuvo en un semáforo camino a la fábrica en la que trabajaba.

No pasaron ni cinco minutos para que la gente se amontonara alrededor del puesto en que se forcejeaba por la bicicleta. El vendedor comenzó a decir que le querían quitar su bicicleta diciendo que era robada y que los verdaderos ladrones eran los cinco hombres que intentaban quitarle la bicicleta. A su vez estos hombres explicaban que estaban recuperando la bicicleta de su amigo que era bien conocido en la colonia donde estaba el tianguis, lo que llevó a que una parte de la gente que se acercó a ver la pelea por la bicicleta afirmara que el objeto de disputa sí pertenecía al hombre que había llamado a sus cuatro amigos.

El vendedor comenzó a darse cuenta de la desventaja en la que se encontraba y comenzó a decir que él no sabía si era una bicicleta robada o no, pero que él la había conseguido legitimante que no podían quitársela. Pero sus contrincantes comenzaron a acusarlo de ser el ladrón o al menos un cómplice y lo amenazaron diciendo que si no entregaba la bicicleta lo golpearían y amarrarían a un poste o peor, lo dejarían tirado en las vías del tren. Las posibilidades de vengar en el cuerpo de un tercero, detonó en los espectadores un instinto de barbarie acrecentado por la situación de pobreza, explotación y violencia vivida a diario.

El vendedor de la bicicleta, acusado de ser un ladrón, comprendió que la cuestión ya no era defender la bicicleta sino su vida. Entonces pidió que se llamara a la policía para que se resolviera el caso y que, si el hombre que decía ser el afectado por robo tenía el papel de compra de la bicicleta y el acta de la denuncia por poro, entonces la entregaría, y en caso contrario el se iría con la bicicleta. La inteligente apelación a la legalidad que hizo el vendedor de la bicicleta se apoyaba en que es bien conocido que el nivel de impunidad de los delitos es del más de 90% y por esto la gente no denuncia delitos que pueden parecer menores como el robo de una bicicleta. Esta jugarreta legaloide enojó más a la gente que se había acercado a ver el conflicto la cual interpretó que aquel hombre aceptaba haber incurrido en el robo. El hombre comenzó a ser golpeado.

El viejo Ramiro que pudo ver que el vendedor o ‘ladrón’ era tan pobre como los que lo golpeaban, tanto así que ni siquiera había comido nada por la mañana y ya pasaban las dos de la tarde, comenzó a gritar que no valía la pena hacerle algo más a ese hombre, que mejor lo dejaran ir esperando que no regresara, que en todo caso la bicicleta había sido recuperada. La voz de la piedad habló a tiempo y la gente comenzó a parar de la agresión. Aquel hombre apenas si logró salir del lugar y no tuvo tiempo de recoger las otras cosas que llevaba para vender.

En este caso el afectado por el robo consiguió recuperar la bicicleta, pero al mismo tiempo hubo otro hombre que vio afectado su patrimonio, pues cómo saber si él fue el ladrón o sólo un hombre al que le dieron la bicicleta robada en forma de pago. Aquel hombre regresó a su casa habiendo perdido lo poco que llevaba para vender. Además de comer ¿qué necesidades tenía que satisfacer con la venta de la bicicleta y las otras cosas que llevaba? ¿El dinero sería para su hijo, esposa o madre, para comer o comprar medicinas o solo para satisfacer una adicción? Tiene poco sentido especular, pero probablemente caería en la desesperación y si antes no fue un delincuente ya estaba en condiciones de convertirse en uno.

Cabe aclarar que conforme se desarrolló el siglo XX y se amplió el uso de los automóviles, la magnitud, complejidad y drama asociados al negocio del robo de bicicletas que describió retrató Vittorio de Sica en su película, se ha trasladado ahora al robo de autos. Y en la Ciudad de México y su periferia son robados más de mil automóviles al día, que es la cantidad de veces que se repite la esencia del drama de la película Ladrón de bicicletas, incluida la incompetencia de la policía para resolver el robo de auto y la desesperación de la víctima que le orilla a intentar localizar por sus propios medios el objeto robado.

Aunque en el episodio que presencié la bicicleta fue recuperada por el dueño original y esto me sabe a desagravio y lo siento como la revancha de Antonio Ricci quien es la víctima del robo en la película Ladrón de bicicletas. Pero pensando bien las cosas, la triste historia de la película no busca denunciar a un ladrón en específico, sino el funcionamiento de la sociedad que sume en la pobreza a miles de hombres y mujeres, y el episodio que yo he contado constata que sigue campeando el gran culpable que arroja a miles de trabajadores a la pobreza, el desempleo y a pelear entre ellos: el capitalismo.

Autor

Share This